Continuando la reflexión sobre la relación Arte y Cuerpo, y el lugar que le otorgamos desde nuestras prácticas educativas en las aulas,
nos focalizaremos en las potencialidades que nos ofrece el cuerpo como instrumento de comunicación, expresión y percepción.
«El cuerpo moldeado por el contexto social y cultural (…), es ese vector semántico por medio del cual se construye la evidencia de
la relación con el mundo: actividades perceptivas, pero también la expresión de los sentimientos, las convenciones de los ritos de interacción (…), la puesta en escena de la apariencia, los juegos sutiles de la seducción, las técnicas corporales, (…) la relación con el sufrimiento y el dolor...» (Le Breton, 2008:7)
El abordaje del cuerpo como eje vertebrador de las propuestas de enseñanza no debería limitarse al área artística. La resignificación y utilización del mismo como espacio de síntesis y protagonista de los aprendizajes, constituye un eje transversal a todas las áreas del
conocimiento. Se trata de despertar en el cuerpo del maestro y del alumno, la sensibilidad para «acoger los conceptos, hacerlos propios, transformarlos » (Kesselman, 2005:19).
Desde esta perspectiva, el abordaje del Área del Conocimiento Artístico interpela también corporalmente al maestro, ya que lo invita a poner
el cuerpo, lo ubica como un ser afectado.
Alumnos y docentes se involucran en su totalidad en la tarea. El cuerpo cobra así protagonismo como el escenario donde confluyen todos
los lenguajes y las posibilidades de expresión.
En el área artística, este encuentro desde la “corporeización” de los aprendizajes puede hacerse transversal a todas las disciplinas, brindando
la posibilidad de la integración interdisciplinar hacia adentro del área misma, en lo que Eisner considera su dimensión intrínseca (apud ANEP. CEP, 2009:71).
Esta vinculación se da en forma armoniosa, en el entendido de que es en el cuerpo y a través de él donde se completan y materializan las
posibilidades de expresión, creación y comunicación, sin perderse la especificidad de cada disciplina.
La escuela donde la autora se desempeña como Maestra Directora es la Escuela Rural Nº 85 de Altos del Perdido, en el departamento de Soriano.
Actualmente cuenta con cuatro alumnos de primer, tercer y cuarto grado.
A partir del año 2004, cuando la escuela contaba con catorce niños, se preveía que con el pasar del tiempo y a pesar del cambio de producción
en la zona (de grandes establecimientos ganaderos a una producción intensiva de soja), el número de alumnos iba a disminuir a través
de los años. Eso fue lo que sucedió. Estancias donde había muchas familias, o familias con dos o tres hijos, pasaron a ser administradas y
atendidas por una persona sola; en otros casos, por un matrimonio adulto sin hijos... en fin, nuestra linda zona de Soriano se despobló tanto
que llegamos a tener tres alumnos.
La preocupación por el despoblamiento fue generando una idea en la comunidad: que la escuela permaneciera abierta a pesar de no contar
con alumnos. Entonces comenzamos a pensar en un proyecto cultural para que la escuela siguiera siendo el símbolo de la educación en la
comunidad, tal como lo proyectaron aquellos inmigrantes a principios del siglo XX, que donaron el edificio escolar para que se estableciera
una escuela en este paraje.
Empezamos a proyectar un museo, en una población que no conocía del tema, pero que tenía el desafío más grande que era mantener
su escuela abierta, más cuando el “plan Rama” había cerrado dos escuelas en la zona.
Hoy, a diez años de aquel momento, podemos decir que fuimos pioneros en “sentarnos a pensar” lo que nos iba a suceder y “sentarnos a pensar” qué debíamos hacer...
A lo largo de la historia de la educación rural se han establecido fundamentos, líneas de acción en concordancia con lo que se consideró
era su especificidad, que determinaron formas de trabajo y organización, que han dado una impronta especial a la tarea en la escuela
rural y al maestro, a la maestra, que trabajan en ese medio. En el año 1949, esta forma de pensar la educación rural se plasmó en el Programa para Escuelas Rurales (que, con modificaciones, estuvo vigente hasta el año 2008), en el que aparece como concepto novedoso y
estructurador el concepto de “escuela productiva”, que marca fuertemente el papel de la escuela rural como centro educativo para el
alumno y el medio social donde la escuela estuviera inserta.
En ese momento, las especificidades eran dadas por un medio rural muy distinto al medio urbano en cuanto al acceso a las fuentes de información y comunicación; por una población rural en general aislada, que vivía de muy diferente forma a la población de las ciudades;
por situaciones de pobreza, y hasta de miseria, económica y cultural (según lo establecido como cultura en ese momento histórico); que
determinaban que el niño necesitara de otros conocimientos para desenvolverse en ese o en cualquier otro medio en el que le tocara vivir,
y que el maestro recurriera al medio y, reconociéndolo como medio enseñante, planteara la enseñanza.
Sostenemos que la Educación Rural tiene especificidades: la social, como en la década de los cuarenta; y la didáctica, que está dada por el
reconocimiento del potencial que tiene el grupo multigrado, que podríamos llamar la nueva especificidad teórica.
Hacer posible un diálogo real entre Educación Inicial y Educación Común implica la construcción de una propuesta educativa que
permita a los niños y niñas habilitar la participación de experiencias compartidas, sin desconocer la especificidad de cada área en los diferentes
campos del conocimiento.
Y hablando de construcción es necesario considerar un marco organizativo común entre ambas en lo que se refiere a espacios, tiempos,
recursos didácticos, forma de agrupamiento de los alumnos para la realización de propuestas didácticas que favorezcan un ámbito interactivo
entre ellos, pensado desde los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Deberíamos pensar un accionar educativo que les permita a los niños y niñas habilitar su participación en experiencias compartidas, sin
desconocer la especificidad de cada área y de los campos de conocimiento. Esto implica una visión de enseñanza potente que propicie aprendizajes significativos, basada en una estrategia que favorezca los aprendizajes con el objetivo de asegurar la continuidad entre los niveles educativos y simultáneamente en la unidad y la diversidad del sistema educativo.
Desde esta perspectiva se podrían generar ambientes enriquecidos, diseñar intervenciones docentes, reconocer expresiones culturales diferentes
y ampliar espacios compartidos (Méndez y Córdoba, 2007).
Las formas que las violencias vividas por los adolescentes y jóvenes han adoptado en el país han sufrido grandes modificaciones en los últimos veinte años. Nos concentramos aquí en aquellas que se vinculan a los problemas de convivencia y al conflicto escolar en el ámbito de la enseñanza media básica en Uruguay.
Efectivamente, los centros de enseñanza constituyen espacios en los cuales el conflicto y la violencia son tramitados permanentemente.
En la mayoría de ellos se observa la naturalización de la figura del adolescente violento, como causante del conflicto escolar. Asimismo,
crece paulatinamente la separación del centro educativo y de la comunidad, separación que se agudiza con los actos de violencia que algunos
padres tienen contra los docentes.
Lo que procuraremos mostrar es la relación existente entre respuestas individualizantes (sanción, expulsión, derivación) y la consolidación
de prácticas que sitúan en el adolescente peligroso y su familia las causas de la violencia escolar. Malos resultados, exclusión escolar, construcción de la figura de adolescente peligroso, y separación de la comunidad y de los padres, constituyen los ejes en que se juega y expresa el conflicto educativo. En este escenario focalizamos algunas posibilidades que la participación ofrece, a pesar de las dificultades
que algunos dispositivos basados en ella puedan presentar.
Consideramos que la violencia en la educación y el conflicto social se comprenden con mayor claridad, cuando partimos de una perspectiva
centrada en las dinámicas institucionales de que se alimenta el conflicto escolar. Ello evita el riesgo de caer en el simplismo de adjudicarle
al adolescente o a los padres “violentos” –en cuanto figuras recurrentes en que los actores educativos sitúan la culpa de un cotidiano escolar surcado de desencuentros– la responsabilidad de la violencia que se quiere erradicar.
La importancia de indagar en el tema propuesto radica en que los problemas de violencia escolar dan cuenta de fenómenos clave de la dinámica contemporánea de la exclusión educativa. Específicamente, comprenderlos supone explicar cómo se construye el proceso de exclusión escolar, de qué modo la institución participa del mismo y qué tipo de cultura política se va consolidando en la Enseñanza Media de cara a los nuevos desafíos que el mandato de universalización trae consigo.
La Geometría ha ocupado un lugar en todos los programas escolares de nuestro país, evidenciando un gran poder de supervivencia. Esto lleva a pensar que en el ámbito educativo y en el ámbito social se le ha otorgado cierto valor. ¿En qué radica ese valor? Diferentes autores mencionan
algunas cuestiones de carácter general y otras específicas de la Geometría.
Broitman e Itzcovich (2003:300) afirman: «Una de las razones principales por las cuales es importante la enseñanza de la geometría es porque la escuela es también un lugar de creación y transmisión de cultura. Y la geometría forma parte de ella». Para después agregar que introduce «en un modo de pensar propio del saber geométrico» (idem, p. 301).
Este artículo se centra en uno de los argumentos más generalizados y aceptados a favor de la inclusión de la Geometría en el ciclo escolar: la introducción en una forma de pensar propia de la Geometría.
En el Uruguay del 45 estaba conformado por ciudades pujantes desde lo económico, lo cultural, y con un ideal político de democracia participativa, pensado como progreso con justicia social. Pero en el campo, la situación era bien diferente. El último cuarto del siglo XIX provocó una ruptura entre campo y ciudad, que con el tiempo se fue profundizando cada vez más. A su vez, la educación primaria había perdido el carácter igualador con el que había surgido, poniendo a la educación rural en una condición crítica.
A setenta años del comienzo de las misiones “socio-pedagógicas”, consideramos que sigue siendo válida cualquier herramienta que favorezca el compromiso pedagógico y social del estudiante magisterial con la realidad, así como con los valores de solidaridad, ayuda mutua, participación y responsabilidad frente a la sociedad, la educación, el niño y la escuela pública.
Porque está comprometido y es solidario con todos los pueblos de nuestra América Latina y el mundo. Lucha por la PAZ mundial, defiende el principio de autodeterminación de los pueblos y el respeto irrestricto de los Derechos Humanos.
Porque trabaja día a día para estar a la altura de los principios históricos forjados por nuestro movimiento sindical. Principios expresados en la histórica consigna, UNIDAD, SOLIDARIDAD y LUCHA.
Porque sostiene con convicción la defensa irrenunciable de los derechos de niñas, niños y adolescentes. Dando batalla por la Educación y la cultura de todas las uruguayas y uruguayos en cada rincón del país. Impulsando el ejercicio pleno del derecho a la salud, promoviendo los espacios para el juego, la recreación y la convivencia armónica, aportando en la construcción de un horizonte de igualdad y justicia social.
Porque está comprometido en la defensa y promoción de la Educación y la Escuela Pública. Partiendo de una premisa central, la Educación es un Derecho Humano fundamental para todos durante toda la vida.
Porque reafirma la vigencia de los principios varelianos de una Educación popular, democrática, gratuita, laica y obligatoria. Además promueve una Educación que tienda a poner el patrimonio cultural de la humanidad a disposición del conjunto de la sociedad y que esté al servicio de la liberación nacional y personal.
Porque el sindicato, en tanto construcción colectiva, cambia y nos cambia al integrarnos a él. De esa forma, todas y todos somos fundamentales para poder seguir avanzando en la conquista de derechos. Participar en el sindicato es asumir el compromiso de “cambiar todo lo que deba ser cambiado”.
Porque es un espacio de debate de ideas, de construcción de perspectivas, que sin dudas nos permite conquistar mejores condiciones de vida, pero esencialmente es un espacio para construir el porvenir.
Convivir, estar con otros en el mundo, es una situación que se ha naturalizado, es decir, ha dejado de ser pensada. Seguramente por eso, la convivencia aparece como preocupación solamente cuando se transforma en problemática.
Así se ha dado ante situaciones que han ocurrido en las escuelas y que han puesto en el tapete el tema de la violencia, ya sea entre niños o entre
familias y docentes.
La convivencia aparece como consustancial al hecho de educar, y quizás por eso no se habla de ella habitualmente en las instituciones educativas.
El objetivo de estas instituciones es formar ciudadanos que puedan desarrollarse en la sociedad. Si pensamos en la sociedad debemos pensar en la convivencia de distintos valores, sectores sociales, subjetividades diferentes.
La construcción de ciudadanía es parte del contrato fundacional de la escuela y es insostenible pensar en sociedades democráticas en
las que no haya participación. Sin embargo, ese compromiso ético-político no puede lograrse por imposición; como plantea Reina Reyes, las
acciones que desarrollen los maestros quedarán en los niños como ejemplo de sometimiento o de libertad.
Los asuntos importantes en la formación de una persona pasan por las aulas, porque es el espacio donde el conocimiento tendrá sus raíces,
es el lugar donde se construye identidad.
Los maestros uruguayos asumimos siempre un rol activo y consciente en la construcción de escuelas democráticas.
Poner en práctica una metodología activa entre los alumnos exige movilidad, una forma de organizar los espacios y los tiempos, rutinas
que propicien la participación en la escuela.
Fomentar la participación activa en la vida de la escuela y del entorno, formar ciudadanos en el sentido profundo de educación para los
Derechos Humanos en una cultura democrática, exigen ideas en la mente y prácticas instaladas como rutinas en la institución.
El involucramiento en acciones solidarias, participaciones cargadas de simbolismo que generen cultura que habilite a todos como sujetos
de derecho, y como ciudadanos activos y comprometidos.