El aula es un espacio propicio, tal vez el único espacio que nos quede, para constituirnos como seres humanos, para construir nuestra subjetividad mientras nos relacionamos con los otros. La escuela es un oasis en un mundo saturado de estímulos que intentan distraernos; un
lugar para existir en un mundo donde no quieren que existamos; el espacio donde un grupo de personas se encuentra todos los días para
conversar sobre distintos temas. En la escuela, docentes y estudiantes se encuentran a través de la palabra, se piensan a través de ellas, se comunican para descubrir y encontrar al otro, a través de la lengua.
Así como los centros de poder intentan imponer su visión del mundo (una identidad política, cultural, ideológica, etc.) utilizando los medios masivos de comunicación, porque «estandarizar la forma en que la humanidad piensa, actúa y siente, permite estandarizar la producción
de mercancías» (Olivera, 2014:61), debemos defender al aula como el espacio donde intentaremos ser nosotros mismos, donde construiremos nuestra identidad con otros, porque los seres humanos vinimos para vivir en sociedad, para compartir nuestras tristezas y alegrías, para llenarnos de personas. En este contexto, enseñar a leer, escribir, hablar y escuchar es un acto revolucionario, porque ataca a los centros de poder e intenta reconstruir lo que ellos intentan destruir.