El 18 de abril de 1991 murió en Madrid el poeta vasco Gabriel Celaya, cuando ya habíamos utilizado sus versos para la primera nota de esta revista.
Fue el más representativo de los poetas que cultivaron la poesía social. Extenso, variado e inquieto se movió sucesivamente en una línea neorromántica, superrealista, social y personal.
Creyó como nosotros creemos en la educación (y la poesía es parte de ella) que "la poesía no es un fin en sí. La poesía es un instrumento entre otros para transformar al mundo".
No hemos encontrado mejor fórmula que parafrasear al poeta español Gabriel Celaya, para expresar nuestro concepto de educación y también el compromiso ante la inocultable crisis por la que atravesamos. Toda una concepción y forma organizativa de señales inequívocas de agotamiento pese a los esfuerzos desplegados por presentarla remozada. Esta situación no es exclusiva de nuestro país, se repite a lo largo del continente y lo peor es que intenta ser enfrentada con una suerte de “recetario oficial” incapaz de abordar y eliminar sus verdaderas causas.
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