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Transitar de la escuela al liceo o la UTU parece un tema sencillo, una situación esperada por los alumnos y sus familias, que no debería
asombrar. Sin embargo, cuando el cambio se produce, se suscitan incertidumbres que no se animan a cuestionar. El silencio los ubica en una
situación de vulnerabilidad ante lo desconocido, ante la inseguridad de una realidad fuertemente institucionalizada (en el discurso), pero muy
poco vivida.
Si nos posicionamos en el ámbito escolar, las familias y los alumnos tienen arraigada su práctica; sus tiempos y sus espacios responden
a las solicitudes planteadas. Se vinculan con los actores, deciden y participan en un terreno educativo que les es familiar durante el período
escolar en el que se van desarrollando.
En ese sistema de enseñanza y aprendizaje, las apreciaciones personales del éxito y del fracaso son relevantes; y sin duda, atraviesan ese
pasaje de Educación Primaria a Educación Media Básica, condicionando las formas de pensar y de posicionarse. Y ante esta situación es indispensable pensar «no sólo remover los obstáculos de acceso, sino promover aquellas formas de organización institucional y de trabajo
pedagógico que se requieren para que todos y todas logren los aprendizajes a los que tienen derecho» (Terigi, 2009:10).
De esta manera, considerar «escuela inclusiva a aquella que asume su función de promover el aprendizaje y el desarrollo de todos los educandos» (ibid., p. 11), optimizará la calidad educativa y recuperará la “singularidad” como desafío en la construcción de la ciudadanía, como promotora de un diseño de intervención que dé rienda suelta a la posibilidad, al desarrollo de habilidades personales, al trabajo en equipo, que permita “ver”, en el marco del derecho a la Educación, esa historia que necesita se escuche, se valore, se dignifique.

Publicado en Revista 134
Sábado, 08 Julio 2017 18:03

Espacios educativos para todos

El sistema educativo uruguayo no parece haber ofrecido espacios educativos para todos los sujetos, sino más bien parece haber sido pensado para un tipo de individuo. Los discapacitados han sido los más ausentes en las prioridades de la política educativa. Pero también es cierto que muchas reflexiones e iniciativas vienen desarrollándose para cambiar la mirada sobre el asunto, o para abrir experiencias educativas que contemplen las diferencias entre sujetos. La mayor atención ha sido brindada durante la etapa de la niñez en la que se han impulsado iniciativas desde la Inspección de Educación Especial, a través de comunicados, circulares, protocolos (véase Orlando y Bueno, 2014) y docentes que posibilitan la concreción de estas directrices –maestros de apoyo e itinerantes–.
A su vez, desde la Dirección Sectorial de Adultos se vienen pensando estrategias y programas que impulsen con fuerza la creación de espacios adecuados, y que fortalezcan las capacidades de la población discapacitada.

Publicado en Revista 126